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Esa gente

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Mabel Lara

Mabel Lara

Por Mábel Lara

Twitter: @MabellorenaLara

Hace algún tiempo en plena campaña electoral de alcaldes y gobernadores para las lecciones de 2012, en medio del cubrimiento noticioso por varias regiones del país nos reunimos con algunos líderes, periodistas y empresarios del Valle del Cauca, en el exquisito barrio Granada, para hablar de la visión y las perspectivas de desarrollo que como personajes ilustres tenían de su región.

En medio del almuerzo y sin entrar en detalles sobre quienes eran nuestros comensales hicimos varias preguntas sobre el atraso, el ostracismo y la disminución de la competitividad de la otrora pujante ciudad de Cali. Varias voces se oyeron sobre los estragos del narcotráfico, los problemas de institucionalidad, las malas administraciones, la corrupción, pero quizá fue la frase de una de nuestras lideresas lo que más llamó mi atención. Cuando le llegó el momento de exponernos sus teorías, hizo énfasis en el siguiente determinante demostrativo: “Es que Cali era otra cosa. Desde que llegó toda esa gente, se nos dañó la ciudad”.

Para muchos de mis colegas bogotanos la frase pasó inadvertida; para mí fue todo un baldado de agua fría, una mezcla de vergüenza, indignación y  frustración. “Esa gente” no es otra que los inmigrantes de la zona Pacífica, del Eje Cafetero e, incluso, del Urabá, que desde la década de los años veinte llegaron para nutrir nuestra ciudad, nuestra identidad y han construido la riqueza que hoy el mundo reconoce.

Durante mucho tiempo, en reuniones y conversaciones privadas, he contado esta anécdota como un ejemplo de la miopía de los líderes de nuestra región, empresarios, mandatarios y la gente de a pie que le sindica a la migración los pesares que hemos venido solucionando. Una miopía compartida al desconocer que somos una ciudad región que se nutre de ese rico Pacífico y que por su  ubicación geográfica puede convertirse en la ciudad con mayor proyección de desarrollo, fortaleza que, cabe decirlo, no tiene ni la pujante Medellín ni la gran capital Bogotá, y que por eso nos hace únicos y  bendecidos.

Dichas circunstancias las reconocen publicaciones como la del diario Financial Times de Inglaterra, al ponernos como una de las diez capitales con mayor proyección con ventajas competitivas gracias a nuestra cercanía a Buenaventura por  la conectividad vial, la buena infraestructura de servicios  y, cómo no, esa mixtura cultural.

Pero la verdad, me enorgullece aun más escuchar a funcionarios como Esteban Piedrahita, asesor de la Alcaldía de Cali, hablar de  Buenaventura como la cuidad partner de la capital del Valle. Él me permite suponer que  la clase empresarial tiene claro ese objetivo y le viene apostando a las alianzas y a presionar al gobierno nacional para empezar a solucionar los problemas del puerto, lo que por ende beneficia a Cali. No es la primera vez que escribo sobre este tema, y no será la última.

Mucho se le ha criticado a la dirigencia empresarial regional, pero es el momento de empezar a reconocerle su motivación porque si es como dice Piedrahita, que hoy se está trabajando de la mano de la administración pública y es consciente de los beneficios de  la Alianza del Pacífico al fortalecer las intenciones de apoyar el desarrolla de esa zona del país, desde ya podemos augurar un futuro distinto para Cali y el Valle.

Las comparaciones son odiosas pero sirven de ejemplos: Antioquia sabe la importancia de su conectividad con el mar y la zona Pacifica, por ello su intención de trabajar con el departamento del Chocó. El bienestar de los otros también es de ellos.

Finalmente, y tal vez porque he estado una y otra vez en zonas del Pacifico es que insisto tanto en voltear la mirada a ese paraíso oculto para el resto del país: rico en oportunidades, enorme por la capacidad de su gente, por su biodiversidad, por su potencial cultural,  rechazo tan vehementemente la ignorancia y miopía de tantos colombianos que se niegan a aceptar que el futuro también está allá.

Lo invito a usted,  quien me lee, para que se atreva a conocerlo y se deje contagiar de su magia, de su gastronomía, de su selva enloquecedora, de sus playas negras y su mar caliente; que se deje llevar sin estereotipos por esa gente, esa que le sonríe, que lo invita a su casa, que lo contagia de sonrisas y  que, pese a las adversidades, lo motiva a  vivir de una manera pacífica, esa gente locamente maravillosa del Pacífico.

 


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